Preludio

Oujda (en la raya entre Marruecos y Argelia), Melilla y la Península

I

Soy de la frontera,

nací junto al Desierto,

en un pueblo colonial

donde se hablaban todas las lenguas;

allí quedaron Clémentine

con sus dorados bucles

y su pamela blanca

blanca,

y el siroco

y otras historias

que parecían confituras de colores.

De las pupilas del 56

conservo el color de aquella madrugada

camino de España,

el burdeos oxidado

de la última fachada del Oasis

bañada por los rayos de la aurora.

Fui hijo de la dulce Francia

y de una interminable posguerra.

Mi padre me quiso

como si yo fuese su país,

mi madre me enseñó…

¡Oh mamá!

Allí, las mujeres despedían

con abrazos desesperados

a los hombres que marchaban a Indochina.

Aquí había tricornios de charol

y niñas con uniforme

a la salida de la escuela.

El barco atracaba lenta

lentamente.

Allí abajo, el muelle,

con otros uniformes

y gente de pana y esparto,

y arriba azul,

el cielo azul.

¿Qué hay en ese colchón?

El carabinero preguntaba.

Mis padres envejecieron de repente.

Había campanarios

y perros cansinos cruzando las calles.

la España del general

era triste y gris

y mugrienta.

No había canicas de color.

Nací tarde para lo que quería hacer;

podría haber nacido en otro sitio

en otro siglo.

Me gustan España y su olor a salitre

y esas mujeres

del crepúsculo

que miran de soslayo,

que no mueven

los ojos,

el crepúsculo mismo,

y desde los ojos,

los besos,

con andares dormidos

en el claclá del adoquinado.

Del poemario " Hijos del 45 ".

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