Homenaje a los muchachos y muchachas del 14

La abuela Magalí

Homenaje a los muchachos y muchachas del 14.

I.Prefacio: La abuela Magalí.

En 1914 la abuela Magalí, entre otras cosas de cocina, hacía mantequilla y quesos a la manera del Auvergne bajo un chambao de tablas de madera que había construido su padre, se ocupaba del huerto, hacía los recados de papeleo, llevaba y recogía de la Escuela a los dos hermanos pequeños y trabajaba por las tardes de dependienta en una mercería, a la salida de la cual charlaba un rato con las amigas o se acercaba a la biblioteca y a las carteleras del cinematógrafo…cosas así… hasta que llegó aquel agosto de 1914- ella tenía 17 años. Cuando empezó a aumentar de manera alarmante el número de muertos y heridos de la contienda, Magalí marchó como ayudante voluntaria de enfermería al hospital instalado en el convento de las Hermanas de la Caridad en Clermont-Ferrant y, más adelante, a la fábrica de armamento de Saint-Etienne, donde ensamblaba fusiles Lebel, largos y pesados y con bayoneta terrible - al decir de ella- con mirilla chata, poco apropiada para disparos rápidos a corta distancia, y con un cañón que se recalentaba en demasía. Estos argumentos le venían de la costumbre de manosear la escopeta de su padre con su rutilante culata barnizada, la suavidad del guardamanos, la belleza negligente de las piezas de acero, cuando éste la desmontaba y limpiaba al regreso de una jornada de caza.

Parece una mezcla de cuento de hadas y de milonga triste, pero es Magalí: adolescente ancha y risueña, marraine de guerra que recibía muchas, muchas cartas del frente y que contestaba a todas y que preparaba ropa y paquetes para los muchachos de las trincheras, a algunos de los cuales conoció durante los permisos. Al acabar la guerra, tenía 21 años y la mirada distinta; Durante aquellos cuatro años había conocido a mucha gente de más allá de l´Auvergne, había visto y oído demasiadas cosas desagradables y en su mente, en el alma, hábitos y costumbres mucho se había quebrado para siempre. Magalí seguía sonriendo con ese rictus que produce la mezcla de rebeldía y resignación ante la fatalidad, la crueldad y la violencia…la amarga sonrisa. Tuvo 9 hijos, nunca habló de aquel tiempo ni de la guerra –tan sólo lo hacía de su madre y del recuerdo de su padre, movilizado y desaparecido en combate- aunque sí lo hacía largamente de hechos de la infancia con alguno de sus hermanos, en las pocas ocasiones en que venían a verla -, y murió en 1981. Con 84 años.

Con 84 años, pssss, apenas un instante. Y toda esta vida pasa a ser un documento frío y escaso, o menos aún, olvidado, que ni siquiera figura en manual alguno de la historia del hombre, llámese así, en el que hay muchos millones de documentos oficiales de “ mayor” valor que el testimonio, realmente tan o más interesante, de esta señora o de otros mujeres y hombres, y que es el que nos puede servir de asidero para entender lo que oculta el acontecer del tiempo y de paso, para entendernos a nosotros mismos y nuestro paso por este valle de lágrimas, entender de qué va todo esto…

Todos los franceses de 70 años tienen una abuela Magalí.

Una tarde de agosto de 2014, con ella en un lugar de la memoria cómo si ahí estuviese desde siempre, durante un paseo por el campo me sorprendió una tormenta; de pronto vinieron del cielo el viento y la lluvia, y de la tierra seca el polvo y el perfume salvaje, a la vez que la desbandada de grajos y estorninos, cómo un toque de alarma, una premonición de algo lejano y terrible…Así de pronto recordé a Magalí, inquieta por aquellas noticias que venían de París, declaración de Guerra de Alemania, movilización de los reservistas, soldados regresando a los cuarteles…Y también recordé las ilustraciones de los libros de Historia de la Escuela primaria con la Infantería llevando pantalones de color rojo, Clémenceau en las trincheras…

No es más que un recuerdo y un homenaje a aquellas personas que tuvieron la mala suerte de vivir y de morir en aquellas circunstancias. No los olvido.

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